Profundo Ediciones. Hacer para no morir
Visité a Yoli y a Rocío una mañana de primavera en Ituzaingó, conurbano bonaerense, en una casa a metros de la vía del tren, llena de detalles: pósters, cintas, herramientas y consignas, que cuentan que ahí vive un grupo de cinco chicas jóvenes con ansias de hacer y compartir. Mientras en la cocina del fondo cuatro de ellas charlaban alrededor de una mesa con las ventanas y la puerta que dan al jardín abiertas, en el taller que da a la calle, Yoli y Rocío me hablaban sobre su proyecto Profundo, una editorial independiente que, desde la periferia, resiste al discurso implacable que nos impone el poder.
-Qué las motiva a levantarse de la cama?
Yoli:
-Yo soy re manija, y si bien soy re odiante, también soy entusiasta. Me encanta levantarme, me voy a dormir a la noche y ya me quiero levantar. Tengo la vida que quiero, entonces me levanto piola. No tolero estar en la cama. Después de muchos años de ser madre soltera y trabajar en una oficina durante diez horas por día, deseando hacer otra cosa, es una motivación salir de eso y tener otro espacio.
Rocío:
-Yo soy fluctuante, cuando estoy mal emocionalmente me cuesta levantarme de la cama. Esta semana me costó tanto, tanto… Si estoy en una piola me acuesto pensando “mañana podría hacer esto y aquello” y muchas veces es la manija de hacer cosas acá en el taller, un fanzine o una remera, lo que me ayuda. Cuando Yoli empezó a trabajar en Profundo fue re lindo porque yo estaba re depresiva y ella me sacaba de la cama con unos mates. Pasaron muchos meses, todo un invierno con la Yoli diciéndome “Ro, vení, vamos a trabajar”. Este proyecto es una de la razones por las cuales me levanto, aunque durante el último tiempo de la gestión neoliberal, en la que todo nos costó tanto, fuimos priorizando hacer un mango y no nos pudimos ocupar mucho de lo creativo. Llegó un momento en el que nos decíamos “sentémonos a recortar revistas, volvamos a crear”.
-Lo colectivo también incentiva, verdad?
-Sí, el taller es un espacio re concurrido por amigues del barrio. Ahí socializamos las herramientas y compartimos nuestro tiempo.
Alguien nos dice: “Che, necesito vaciar la cabeza y hacer algo, ¿me apañan?”, y le damos un pedacito de la mesa. De hecho, nuestro propio ritmo bajó para ver qué estaba pasando alrededor y poner la energía en lo colectivo, porque la red, así como es hermosa, también se rema.
-Tírenme algunas pinceladas sobre sus infancias, cómo canalizaban su creatividad?
Yoli:
-Yo con el tiempo me fui retrayendo, pero de chica era muy sociable. Vivía en una casa acá en el barrio, le tocaba el timbre a todos los vecinos de la cuadra y me presentaba: “Hola, soy Belén” (ese es mi nombre real), y preguntaba: “¿Hay nenas para jugar?”. También iba a hablarle durante horas al kiosquero o salía disfrazada a la calle. Decoraba la casa, pintaba y escribía muchísimo: crónicas del barrio, cuentos, poemas. Creo que empecé a escribir porque pensaba mucho y no tenía con quien hablar.
Rocío:
-Me crié en Lomas del Mirador, La Matanza. Fui una niña gorda, me hacían mucho bullying por el cuerpo que tenía y a la vez no me importaba nada. A veces a la gente le agradaba, a veces no, pero hacía todo lo posible por lograrlo. Tuve una “infancia gorda” pero muy social. Miraba mucho Art Attack y también Sprayette, me despertaba los sábados a la mañana y pasaba horas frente a la tele, me parecía fascinante ver a la gente haciendo cosas. Hacía moños y bricollage, cosas con las manos, muchos regalitos, para las Pascuas o Navidad podía hacer veinticinco regalos para toda la familia. Tuve una mini máquina de coser, después del colegio cosía tanto que la máquina duró un mes. Siempre me gustó el papel, lo rosa y lo brilloso, coleccionaba papeles de carta, sellitos, cintas de colores, gomas de borrar, que hoy en día se sumaron a mi colección inmensa de fanzines. A los doce años mi hermana me regaló una cámara de fotos analógica, me compraban un rollo y a la hora lo terminaba. Podía sacarle treinta y seis fotos a mi perro. Hasta que mi mamá se cansó de comprarme rollos al ritmo que yo sacaba. Después salieron las cámaras digitales, y mi papá se compró una pocket. Al principio no me la prestaba porque era un objeto caro. Yo se la robaba. Pero después me la terminó prestando y a los dieciocho heredé su cámara réflex.
-Digamos que Rocío desde la materialidad y Yoli desde la escritura, eran unas pibitas con mucha iniciativa, verdad?
-¡Sí!
-Ármenme la escena de la vida de cada una de ustedes antes de encontrarse en Profundo
Rocío:
-Hace como diez años yo hacía mucha foto analógica, mucho documental. Retrataba mi vida cotidiana, las escenas punk y anarco, los recitales. Previo a sacar fotos, a los quince, empecé a transitar recitales donde circulaban los fanzines. Yo los coleccionaba, los producía e intercambiaba por correo con chicos de Córdoba. Hasta que un día mi mamá me los tiró todos a la basura. Eso fue un quiebre. Por un tiempo no hice nada alrededor de los fanzines y después empecé a sacar fotos y a experimentar con los soportes, con cómo mostrar el material que había venido sacando: en exposiciones, en actividades e intervenciones en la calle. En 2014 estaba haciendo un seminario de fotografía documental donde el trabajo final era hacer un foto libro. Eso hizo que uniera las dos cosas: mi vida previa de recitales y fanzines con las fotos que estaba haciendo. Conocí a Iby, una chica chilena con la que se nos ocurrió armar una editorial donde publicar nuestras fotografías en foto libros y fanzines. Hicimos una fiesta, juntamos plata, compramos una impresora. Después se incorporó Rebe, otra chica chilena, y en 2014 empezó la editorial. Lo primero que publicamos fue un antología de poesía feminista contemporánea del Cono Sur, con muchas personas dando diferentes puntos de vista de la situación, una red hablando. En esa época “feríabamos” mucho, en los encuentros de mujeres, en los barrios, en las calles, en la marcha del orgullo, en tomas, recitales indies y punks, bares, cubríamos muchos lugares distintos.
-Muy expansivo todo, muy hacia fuera, no?
-Sí, eso es parte de la identidad de Profundo.
Yoli:
-Yo era una persona muy intensa, hacía cursos de todo, encuadernaba, cosía, y de pronto me fui a Bariloche donde no había nada. A los diecisiete años quedé embarazada, me hice cargo de la situación y me fui a vivir al medio del bosque con Simón, mi hijo, y su papá. Hasta que un día en 2010, después de tres o cuatro años, no aguanté más. Una señora de unos ochenta años que estaba parando en un hostel cerca se venía para Buenos Aires y le pedí que me sacara de ahí, que me trajera. Volví a Ituzaingó, me inscribí en musicoterapia y anoté a Simón en el jardín. Me separé y me reencontré con la adolescente que todavía era en ese momento. Siempre escribiendo, escribiendo, escribiendo, porque escribo desde que tengo uso de razón.
Cuando nos conocimos con Roci en 2015 yo estaba laburando diez horas en una oficina, vistiéndome de una manera que no me gustaba, teniéndome que peinar y viviendo una vida paralela a partir de las siete de la tarde hasta que me iba a dormir. Ella ya tenía la editorial y yo estaba con muchas ganas de publicar un fanzine que se llamaba Menos mal, pero no tenía idea de cómo plasmarlo. Con Ro fue medio un flechazo. Nos hicimos muy amigas en el primer cumpleaños al que la invité casi sin conocerla. Menos mal nació en su cuarto, en su cama, volcando en su computadora una catarsis hermosa. Me fui acercando tímidamente y a la vez con muchas ganas de “feriar” con ella. Dejé la oficina en medio de ataques de pánico, con la indemnización compré una impresora y en 2017 arrancamos a pleno.
-Y finalmente, qué es Profundo?
-Profundo es una micro editorial que empezó por la pulsión de autoeditarnos. Es independiente, no recibe ningún subsidio. Después de un proceso de varios años definimos el contenido que editamos: poesía, fotografía e ilustración. Las temáticas que se tocan son género, sexualidad, cuerpo, feminismos, y desde estas disciplinas la mayoría de lxs autores hablan en primera persona. Como alentamos mucho el “hazlo tú mismo”, diseñamos, imprimimos y encuadernamos, además de decidir los contenidos. Nos movemos desde la periferia, somos intensas y pasionales, todo lo que nos pasa lo volcamos en Profundo. Editamos cosas muy viscerales, generamos vínculos con las personas que editamos e insistimos mucho en que la gente amiga que está dando vueltas a nuestro alrededor pueda hacer lo que quiera. Hacer para no morir podría ser nuestra consigna.malar.
Trabajamos en colaboración con Viciosa editora, que es nuestro marco teórico y publica textos de teoría queer, feministas, anarco. También trabajamos con Ramas de fuego, otro proyecto del conurbano, de Pontevedra, del que heredamos las herramientas de serigrafía. Giramos y dialogamos con gente de otros territorios: Chile, Córdoba, Mendoza, México. Hay un espíritu muy colectivo en Profundo. Por ejemplo, imprimimos etiquetas para una cooperativa de fabricación de pan sostenida en un 90% por personas trans y, a cambio, ellxs nos dan el pan para el desayuno. En paralelo, damos talleres de autoedición, de fanzine inicial, de autopublicación fotográfica y de serigrafía, para compartir las herramientas con la gente del barrio.
Menos mal – Gedencia y ternura, Yolibel Godoy 2016 /2017. Con nosotras no te metas, compilado de fotografía e ilustración para el encuentro nacional de mujeres 2016. Ediciones Profundo, Are you a cop or what? y revista Iglú.
-En esta época en la que que el mandato desde el poder alienta el individualismo y la meritocracia, estos gestos parecen subversivos, no?
-¡Si, eso también nos motiva!
*Nota: Yoli escribe poesías y hace collage. Rocío, foto fanzines.
Corrección- traducción: Sofía Leibovich.
