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Petrona Molina. Últimos ponchos de vicuña

Visité a Petrona en Belén, una pequeña ciudad a mil doscientos metros de altura rodeada de cerros violáceos y barrida por un viento fresco y puro, en la provincia de Catamarca. Petrona me recibió en su casa, me contó con orgullo que había sido construída por su marido albañil y que allí crecieron sus cuatro hijos que ahora viven en el mismo barrio. El lugar es una vivienda típica de los barrios suburbanos de clase media argentina: baja y prolija, hecha de material y completamente rodeada de patio. Mientras grabábamos la entrevista la luz exterior se filtraba a bocanadas, Petrona relataba con pasión el vínculo con su profesión, y yo no podía dejar de mirar con el rabillo del ojo el festival que se armaba entre esas luces y las superficies de sus lanas, sus utensilios y sus plantas, las paredes color pastel y todo el escenario dispuesto para que ella haga lo que más le gusta hacer: ponchos de vicuña.

 -Petrona ¿qué es lo que te dá fuerzas para salir cada mañana de la cama?

-Lo primero que hago cuando me despierto es agradecerle a Dios por estar bien, me levanto, hago la limpieza, algunas diligencias, cocino, almuerzo, y ya después de las doce me pongo a trabajar. El telar es mi trabajo y es mi vida, vivo de esto, llevo sesenta años haciéndolo y espero que Dios me dé algunos más, porque como los jóvenes piensan que es algo muy lerdo y no quieren seguir haciéndolo, este oficio se va a terminar.malar.

-¿En qué consiste tu trabajo?

-Desde los doce años que trabajo hilando lana (de vicuña, de oveja, de llama, de alpaca, pero mi preferida es la de vicuña) y tejiendo prendas en el telar. Compro los vellones, lo separo por tono, el marrón del blanco, el más claro del más oscuro, (porque no es cuestión de que quede overo), le saco la cerda, la mota y lo voy hilando de a dos hilos; lo tuerzo, hago una madeja, después un ovillo, y lo urdo. Tejo cuatro horas por día y hacer una prenda grande me lleva unos seis meses.

-¿Y cómo llegaste a este oficio?

-Por mi mamá y mi abuela que eran tejedoras. Cuando era chica, mi abuela vivía a unos cien metros de mi casa y a la noche me iba a dormir a la suya, ella me daba lana para que hile, yo hilaba hasta que me quedaba dormida y ella me terminaba el trabajo.

-¿Lo disfrutás?

-Es mi pasión. Ni el domingo dejo descansar el huso, no puedo parar de hilar.

-¿Y qué otras cosas te gusta hacer?

-Hacer mermelada de membrillo, pasas de higos, pan en mi horno de barro, también tengo plantas y crié cuatro hijos que ahora ya son profesores, a los que gracias a mi profesión siempre pude tener cerca y no necesité de alguien que los crie.

-¿Cómo fue tu infancia?

-Nací aquí en Belén, igual que mis padres y mis abuelos. Tengo siete hermanos, pero a ellos no les gusta esto, yo lo heredé y he tenido la suerte de desparramar prendas por todo el mundo. Raúl Alfonsín, Cristina (la ex presidenta), el papa Francisco, todos ellos tuvieron o tienen una. No fui a la escuela, por eso le agradezco a Dios que me haya dado esta habilidad, porque si no tendría que haber ido a trabajar a una oficina, y ¿qué voy a hacer yo en una oficina?

-¿Cuáles son tus primeros recuerdos del contacto con la lana?

-Cuando mi mamá trabajaba yo estaba siempre alrededor mirando lo que hacía, hasta que cuando tenía doce años, un día de verano a la hora de la siesta, fui a lo de una vecina mayor que tenía dos telares y le pedí que me dejara tejer en uno ellos. Ella me dijo “No sé, mija, es tan finita la lana y usted es tan pequeña” (yo no llegaba ni al pintuna del telar). Cuando me vio hacerlo se sorprendió y me preguntó si ya lo había hecho alguna vez. A partir de ese día empecé a ir todos los días a la hora de la siesta, no veía la hora de que llegara ese momento, hasta que le pedí a mi mamá que me hiciera un telar y ahí empecé a agarrar solita la tela ¿Qué le parece?

Gracias a Dani Vega, Belén del Cerro, Gabinetes espaciales y Ana Amorosino.

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