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Domingo y Bienvenida Páez Monge. La alfarería es nuestra vida

 

Visité a Domingo y Bienvenida, dueños de la alfarería Páez Monge, en Areguá, Paraguay.

Llegué a Areguá pensando que lo que me iba a impactar sería su famoso lago Ypacaraí, pero lo vi desenfocarse y quedar de fondo. Eso ocurrió mientras subía una pendiente de tierra al filo del pueblo que desemboca en un fachada rosa y colonial detrás de la cual se esconde el universo de los Paéz Monge. Digo universo sin sentir que exagero porque cuando terminamos la foto entrevista en el taller, atardecía y unos rayos de sol débiles se filtraban a través de los árboles, me di cuenta de que el tiempo, sin llegar a detenerse, se había aletargado: Domingo y Bienvenida me habían mostrado que todo podía tener otra cadencia.

– Domingo ¿qué te motiva a levantarte de la cama a la mañana?

– La producción de cerámica, que es a lo que nos dedicamos con nuestra tía Bienvenida. Tenemos que hacerlo porque es nuestra fuente de vida. Hay mucha gente que vive de esto y tenemos que cumplir con los clientes y los empleados. Todos los días son un desafío: tenemos que conseguir leña de calidad, que con la deforestación es poca, para llenar el horno que es grande.

– Dentro del proceso de producción ¿te queda tiempo para dedicarte a hacer piezas que tengan que ver con una expresión propia y no con la necesidad de algún cliente?

– Generalmente de noche, cuando casi no hay gente que esté trabajando y no hay ruido, hago piezas para colecciones o para galerías.

– ¿Y cómo es ese momento?

– Depende mucho del estado de ánimo y surge de manera espontánea. Normalmente estoy adentro del galpón vacío, cuando ya todos se fueron, primero recorro y observo el lugar, después me siento y empiezo a trabajar la arcilla. Lo que me inspira es la conexión con la materia, sentir su calidad, su textura, su pureza. Después empiezo a amasarla y ahí voy teniendo noción de lo que voy a hacer. Sigo amasando, torneo y cuando modelo ya encuentro lo que en la madera son las vetas y en la arcilla, las líneas.

– Te conectás con lo que hacés más desde la sensación que desde una idea, ¿verdad?

– Así es, me conecto desde las sensaciones.

– ¿Y cómo te encontraste con esto?

– Esta zona es alfarera. Los amigos y parientes tienen talleres en sus casas, y de niño yo recorría esos lugares, observando y tocando la arcilla. Más tarde, hace 15 años, mi papá dejó de trabajar en una institución, le pagaron una indemnización, e invirtió ese dinero en agrandar la alfarería Páez Monge, que ya tenía entonces 30 años. Yo vine a ayudarlo, compramos tornos y empezamos a trabajar juntos a una escala mayor. Él me dio la confianza para experimentar en el horno y para equivocarme, jugar con el fuego y con la leña. A veces yo destruía media horneada, pero era de mi papá… con eso adquirí conocimiento y coraje.

– ¿Qué hacías antes de dedicarte a esto?

– Estudié en la escuela secundaria y estuve de paseo dos años en la universidad estudiando derecho.

-Contanos cómo es el proceso de fabricación de una pieza.

– La arcilla se trae en bruto desde la zona de la cordillera que queda a 30 kilómetros. Se hace una mezcla proporcional de distintos colores y se la pone a decantar en las piletas, por el peso que tiene se mantiene en el fondo. Luego se hace el amasado, el torneado y la terminación para después quemarla. El horno ya es otra historia, la carga lleva un día, la cocción dos y el enfriamiento un día más. Entran de 2000 a 2500 piezas que cargo con un ayudante y el calor se mantiene a ojo a 1000 grados, sin termómetro.

– ¿Qué piezas tenés en mente?

– Me gustaría hacer vasijas finas horneadas a alta temperatura. Eso hace que afloren los pigmentos metálicos, hierro, zinc, dándole brillo a la pieza sin esmaltarla.

– ¿Y te imaginás continuando con esta tarea en el tiempo o pensás hacer otra cosa?

– Me gustaría dedicarme a la cocina. La cerámica es mi trabajo, me mantiene a mi y a mis hijos, pero también te estropea físicamente. Llegás a los 40, 50 años muy dolorido.

Bienvenida ¿qué es lo que te hace salir de la cama a la mañana?

– Yo me levanto todos los días a las 5:30, hago los quehaceres de la casa y a las 7 ya estoy lista para empezar con la alfarería.

– ¿Y qué es lo que te empuja a salir?

– El trabajo que hago con todo el amor, la alegría y la esperanza. En los objetos que hago va impregnado todo eso para que circule y tenga un resultado monetario.

– ¿Cómo intervenís en el proceso de producción del taller?

– Hago los dibujos y la terminaciones. Antes hacía los objetos en el torno, ahora no estoy bien de la rodilla, pero cuando esté mejor pienso volver.

– ¿Hace cuánto que te dedicás a esto?

– Hace casi 50 años. Tengo 67 años y empecé desde joven, alrededor de los 15, con mi madre, que fue quien inició la alfarería Páez Monge. Después ella falleció y quedamos mi hermano (el padre de Domingo) y yo, hasta que él falleció y continuamos con Domingo.

– ¿Heredaste la profesión de tu mamá?

– Sí, crecí en una familia de alfareros. Mi mamá era docente y lo dejó para tener un trabajo en la casa, donde pudiera ser patrón y peón. Esta profesión me dio todo: alimento, salud, educación. Desde luego no nos damos el lujo de ir a las playas extranjeras, pero estamos en Paraguay, en Areguá, un pueblo chico de corazón grande.

– Contame sobre tu experiencia de trabajar con la arcilla.

– Es un buena experiencia, pero también tiene sus reveses. Todas tus emociones quedan impregnadas en la arcilla, un pedacito de cada uno va en cada pieza. Entonces hay que estar tranquilo y no se puede trabajar con bronca porque también eso se impregna.

– ¿Y cuáles son los reveses?

– El mal tiempo, la lluvia, la mala leña, que hace que el trabajo no salga bien del horno.

– ¿Qué hacés además de esto?

– De noche leo y escucho la radio.

– Pero sin dudas lo que más te gusta es la alfarería…

– Sí, la alfarería es mi vida.

Producción: Carolina Urresti. @guaraniporá

Gracias a Ana Amorosino.

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