Sergio Bizzio. Absurdo, solo tú eres puro
En 1999 un amigo me pasó un libro de Sergio Bizzio: Planet. Después leí cada uno de los que publicó y muchas veces quedé sorprendida por como con la impunidad y la aparente inocencia de un niño, Bizzio te clavaba un puñal por la espalda introduciendo el sinsentido en un relato que en principio sonaba realista; siempre me pregunté: ¿cómo hace este tipo?
Sabía que él era reacio a las entrevistas y que no iba a ser fácil, pero logré que me recibiera en la cabina de su nave, un cuarto de techos altos en la casa chorizo abrazada por plantas que comparte con su familia. Quizás porque yo no llevaba pretensiones de periodista y husmeaba como un cachorro curioso que quiere desentrañar el proceso creativo del otro, fue que sentí que llegamos al meollo del asunto y me fui contenta como quien descubre un pequeño tesoro enterrado en un jardín.
-Qué es lo que te hace salir de la cama a la mañana?
-Cuando estoy escribiendo algo, sea lo que sea, un cuento, una novela, no solamente salgo de la cama, además salgo contento. Me levanto todos los días a las cuatro o cinco de la mañana para escribir. Todos los días.
-Genial, no a todo el mundo le pasa…
-Y sí.
-Me da mucha curiosidad tu método de escritura, pero no respecto de cuántas horas escribís por día y esas cosas, sino respecto de la trama, si las armás como una jugada o es algo que se va presentando
-Yo soy un poco hippie, me dejo llevar. Empiezo por una imagen, por una escena, por una frase o por una serie de frases y me dejo llevar. Y de pronto algo cuaja, empieza a hacerse visible, y aparece una historia que me lleva, ella a mí. Pero empiezo con nada, con lo mínimo, nunca tengo una historia de antemano. Escribir es aburrido si uno sabe lo que va a pasar. Lo que me atrapa es lo que va apareciendo, no lo que ya sé. Si yo fuera un escritor de policiales debería tener otro tipo de posición, pero no lo soy.
-Cuáles son los temas que te obsesionan?
-Ninguno en particular, pero es verdad que en lo que hago aparece muy frecuentemente la idea del encierro, el encierro como tema. En “Rabia”, por ejemplo, un tipo encerrado en una casa durante años sin que sus habitantes sepan que él está ahí, en “Gravedad”, tres astronautas argentinos encerrados en una nave espacial sin poder volver a tierra. Ahora voy a publicar un libro de cuentos en los que el tema del encierro aparece de nuevo, pero no lo reconozco como una obsesión, es una recurrencia.
-Y por qué te parece que no siendo un tema que te preocupa aparezca reiterativamente en tus relatos?
-No lo sé. A lo mejor por culpa de Kafka, al que leo desde muy chico, siempre. Ayer mismo lo estuve leyendo… Puede ser eso.
-Claro, porque no es un tema que ronde en tu cabeza al que vos necesites recurrir, sino que sucede
-Sucede, aparece. Siguiendo el procedimiento que te contaba al principio, aparece eso, pero no lo busco, se da. Es más, si alguna vez hice algo a conciencia en relación con el encierro fue justamente lo contrario: tratar de “liberarme” y de construir cosas en espacios abiertos.
-Que a veces también pueden ser encierros, no?
–Sí, aún a simple vista, cuando parecen espacios abiertos, también resultan ser un encierro. En la última novela que publiqué, “Diez días en Re”, los dos protagonistas principales están en una isla, otra forma de encierro, un encierro al aire libre.
-Claramante, aún en los espacios libres aparece, en “Borgestein” también…
–También. Un tipo que decide huir de todo y compra una casita en la montaña, donde vive encerrado. Pero ahí es más el aislamiento que el encierro propiamente dicho, aunque el encierro y el aislamiento son como hermanos.
-Y no es un tema que necesites exorcizar…
-Para nada, no tengo pesadillas, nunca me pasó nada relacionado con eso.
-Contame sobre tu camino
-No hay mucho que contar. Tengo una vida completamente divertida y aburrida a la vez. Divertida para mí, claro, aburrida para los demás, porque casi no hago otra cosa aparte de escribir y leer. O pintar. Últimamente estoy haciendo música. No hay nada que me guste más que eso, casi más que escribir. Pero sí, no soy un viajero ni un aventurero, no encuentro nada muy entretenido en andar por el mundo, no es mi naturaleza, me gusta estar acá adentro. En cuanto a mi camino… Bueno, empecé a escribir las primeras cositas a los once o doce años, escribía en hojas Canson con una máquina mecánica que había en casa, con un solo dedo. Al principio una página, después dos, después veinte o treinta, y ya volvía sobre lo que había escrito y empezaba a corregir. Me lo empecé a tomar en serio. Me gusta mucho corregir. No digo corregir en el sentido puramente sintáctico, corregir para mí es escribir entre frases, encontrar cosas nuevas o distintas allá o acá. En una época lo hacía a mano sobre el papel, y siempre me acordaba de algo que decía Nabokov: cómo le gustaba que en la hoja tipeada fueran apareciendo las correcciones a mano “como si al texto le crecieran alitas”. Ahora, si te referís al costado profesional, yo no me considero un profesional, no lo soy ni lo quiero ser. No escribo por encargo, no lo hago por plata, no lo hago para aspirar a ningún premio, lo hago con el mismo deslumbramiento y entusiasmo que cuando tenía doce años.
-Qué cosas y gentes te inspiraron?
–Decenas, y de todos los circos posibles. Los Beatles, Kafka, Osvaldo Lamborghini, Dalí, Picasso, Aira, Flann O´Brien… Son los primeros que se me ocurren. La lista es larguísima.
-Qué fue lo que te deslumbró de Kafka?
–Lo mismo que me sigue gustando hoy: un universo singular contado casi con una prosa de oficinista, sin ningún énfasis poético. Y su humor. Hay muchísimo humor en Kafka. Es sabido que cuando le leía sus manuscritos a sus amigos se interrumpía a cada rato doblado de la risa. Puedo imaginármelo perfectamente.
-Pensás que el hecho de haber crecido en Ramallo te influenció?
El habla de Ramallo aparece mucho en los diálogos de mis personajes, sin duda. Incluso reconozco frases enteras de amigos de allá en boca de mis personajes. Mi literatura es muy poco urbana, salvo en “Rabia”, y todos los lugares, aunque se trate de una selva o de una isla, me remiten a Ramallo. Pero creo que eso es algo que noto solamente yo. Los paisajes, los silencios, las calles vacías de verano a la hora de la siesta, el río, todo eso está muy presente. Todo lo que se ve, viene de ahí. También el comportamiento de los personajes, esa mezcla de realismo convencional y absurdo loco de los pueblos.
–Una mezcla de Dalí con Ramallo?
–Algo así. Mis novelas son ideas a veces absurdas, a veces disparatadas, pero el tratamiento es realista y bastante razonable. Me gusta ese contraste, por llamarlo de alguna manera. No le encuentro ninguna gracia al realismo realista y al delirio delirante.
-Hacer verosímil lo que parece imposible sería una idea de la cual partís?
–Sí, pero eso también sucede. “Absurdo, sólo tú eres puro”, decía Vallejo. Ese es otro de mis autores favoritos.
-Ya que estamos en lo visual, cómo te movés en ese ámbito, de la misma forma en la que te movés en el literario o ahí te suceden otras cosas?
-Yo soy principalmente un escritor, el resto de las cosas que hago son laterales, a veces dibujo, a veces hago una película y a veces hago música: la música es lo que más me interesa, pero mi condena es escribir. Dedicarme exclusivamente a la música es mi proyecto para la tercera edad, que cada día está más cerca. Pero no puedo decir de mí que soy un músico, no por lo menos un músico en el sentido convencional. Es más, no sé tocar, tengo lo que se dice “musicalidad” y muchas veces me sorprendo pensando en sonidos y melodías, pero no soy un instrumentista. Eso es lo mejor: como no sé tocar ningún instrumento, puedo tocarlos todos con absoluta libertad. Grabé tres discos con la banda Súper Siempre, en la que la mitad de los integrantes no sabemos tocar, y hace poco otro disco con Blas (su hijo), un disco hermoso. Se llama “Rack and Rall”:
https://www.youtube.com/watch?v=BLzHo0Fy5vo&t=918s
-Lo firmamos Bizzio & Bizzio. Se puede escuchar en Youtube y en Spotify. Pero el que toca todos los instrumentos es Blas, que lo hace como los dioses. Yo tiro ideas y hago algunos ruidos. Y cuando Blas viene a casa con amigos, si me dejan, me prendo a zapar con ellos. No lo debo hacer del todo mal, porque a veces son ellos los que me invitan a tocar. Ayer estuvimos colgados tocando como dos horas, loops, mantras de lo más deformes, fue un momento maravilloso.
-Y además de pasarlo bien qué buscás en la música?
–No, no busco nada. “Yo no busco, encuentro”, decía Picasso. Estoy abierto a esas apariciones, como un médium. El secreto es estar abierto, y no salir corriendo detrás de lo primero que aparece, dejar que lo que aparece sea lo que te lleve. A veces eso que te lleva no está solo y terminás conociendo a toda la familia y al barrio entero. El ruido me interesa mucho, es increíble la cantidad de cosas que uno puede hacer con el ruido, produciéndolo o escuchándolo. Basta sentarse en una plaza, o en cualquier otro lugar, cerrar los ojos y prestar atención a lo que pasa ahí. Hace poco tuve que hacerme un centellograma. Los ruidos del tomógrafo son tremendos, pero también pueden ser una base increíble, a lo Penderecki. Así que sobre esa base me puse a tocar mentalmente una serie de instrumentos y terminé dándome una panzada de rock industrial bien pesado. No quería que terminara.
Retrato de Bizzio por los Mondongo
-Tu acercamiento a lo visual fue intuitivo?
-Sí, igual que mi acercamiento al cine o al dibujo. Yo no soy un director de cine, ni un dibujante, ni un músico. Puedo hacerlo, y a veces el resultado me encanta, pero cualquiera puede hacerlo. Lo que importa es el proceso, el juego, la creación. Hay directores que hicieron ya varias películas y siguen sin ser directores de cine. Pero no tiene ningún sentido preocuparse por lo que se es.
-Reconocés algún leit motiv cuando te acercás a cada una de estas disciplinas, como hablábamos del encierro en la escritura?
Cuando escucho lo que toco, leo lo que escribo o veo lo que dibujo, siento que hay algo en común entre las tres disciplinas, como si formaran parte de un mismo mundo. Cuáles son las características de ese mundo, no soy yo el que tiene que decirlo. Me gusta lo que es raro, me gusta la convivencia de dos cosas distintas, ver cómo armonizan o cómo se rechazan y todo lo que pasa ahí. No me interesa saber quién es el asesino.